El cine pierde a uno de sus grandes iconos: Robert Redford, actor, director y fundador del Festival de Sundance, falleció a los 89 años.

Nacido en Santa Mónica en 1936, Redford inició su carrera en teatro y televisión antes de saltar al cine, donde pronto se convirtió en uno de los rostros más reconocibles de los sesenta y setenta. Su atractivo natural lo lanzó como galán de Hollywood, pero con el tiempo demostró que era mucho más: un artista comprometido con las historias, un director sensible y un férreo defensor del cine independiente.

En 1980 debutó detrás de la cámara con Ordinary People, película que lo llevó a ganar el Oscar a Mejor Director. Pero el gran legado de Redford al cine independiente llegó un año más tarde, cuando creó el Sundance Institute, del cual nació el Festival de Sundance.

Sundance, su apuesta por el cine independiente

Sundance se convirtió rápidamente en el festival más importante del cine independiente a nivel mundial. Lo que comenzó como un espacio para que nuevas voces pudieran mostrar sus trabajos, terminó por convertirse en una plataforma que catapultó a directores como Quentin Tarantino, Steven Soderbergh o Darren Aronofsky. El espíritu de Redford era claro: abrir un escaparate para películas que no tenían cabida en Hollywood, pero que sí tenían mucho que decir.

Más allá de ser un festival, Sundance se volvió un símbolo de diversidad, libertad creativa y riesgo artístico, valores que definieron también la propia visión de Redford como artista.

Tres películas que marcaron su legado

Butch Cassidy and the Sundance Kid (1969)

‍La cinta que lo lanzó al estrellato. Junto a Paul Newman, interpretó a un forajido carismático que redefinió el western con humor, estilo y una química inolvidable entre ambos protagonistas.

All the President’s Men (1976)

‍En este thriller político, Redford dio vida al periodista Bob Woodward, quien junto a Carl Bernstein (Dustin Hoffman) destapó el caso Watergate. Una película que retrata la importancia del periodismo frente al poder.

Ordinary People (1980)

‍Su ópera prima como director, un drama íntimo sobre una familia marcada por la pérdida. Con esta obra probó que su talento iba más allá de la actuación; conquistó el Oscar y reveló una faceta más profunda.

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