En Campeche, la escena es digna de una dictadura, no de una república democrática: un periodista jubilado de 71 años, Jorge Luis González Valdez, fue detenido con lujo de violencia, ingresado a un hospital tras el uso excesivo de la fuerza, y amenazado judicialmente por atreverse a ejercer su derecho a la crítica. ¿Su “delito”? Cuestionar a la gobernadora de Morena, Layda Sansores.

El mismo partido que se alzó con la bandera de la justicia social, de la transformación, de ser la voz del pueblo, hoy recurre a los mismos vicios que decía combatir. ¿Dónde quedó el discurso de la libertad, del respeto a los derechos humanos, de no ser iguales a los de antes? Hoy, el gobierno que surgió del descontento popular se convierte, en muchos casos, en un opresor con rostro amable, pero garras afiladas.
El caso de González Valdez no es aislado. Es parte de una peligrosa normalización de la censura desde las estructuras de poder. Si antes el periodismo mexicano temía por su vida debido a la violencia del crimen organizado, ahora debe temer también a las instituciones públicas, que en lugar de protegerlo, lo persiguen, lo detienen, lo silencian.
¿Es este el México que nos prometió la Cuarta Transformación y la actual presidenta Claudia Sheimbaum? ¿Uno donde la crítica es castigada y la obediencia, premiada? ¿Dónde se cierran medios, se embargan voces y se impone la ley del miedo? Porque si eso es lo que representa Morena, entonces el poder dejó de ser del pueblo para regresar a las manos de unos cuantos autoritarios con bandera de justicia.
Y Layda Sansores no es una excepción: es un símbolo de cómo el poder mal administrado se convierte en abuso. Su uso político del cargo recuerda a los peores tiempos del PRI, esos que tanto dice rechazar. Como ella, miles de presidentes municipales y gobernadores morenistas actúan como si su investidura fuera un cheque en blanco para acallar opositores y premiar incondicionales.
Lo más grave es que, mientras todo esto ocurre, el silencio presidencial y partidista es ensordecedor. No hay condena, no hay deslinde, no hay consecuencia. Solo impunidad.
Hoy el periodismo mexicano no solo arriesga la vida; arriesga también su trabajo, su dignidad y su libertad, frente a un régimen que no tolera la crítica y que demuestra que, en muchos casos, la 4T no transformó nada: solo cambió de nombre el autoritarismo.