El maíz no es solo un alimento: es un símbolo que atraviesa la historia, la mitología y la vida diaria de México. Desde tiempos ancestrales, este grano ha nutrido cuerpos y culturas, es la base de la alimentación y un elemento sagrado que aún hoy marca nuestra identidad.
En la cosmovisión mesoamericana, el maíz ocupa un lugar central. El Popol Vuh, libro sagrado de los mayas, relata que los dioses formaron al ser humano a partir de su masa, otorgándole así vida y sustento. De ahí que hasta nuestros días se le considere un regalo divino y un vínculo con los orígenes.

Con la llegada de las civilizaciones prehispánicas, el maíz se convirtió en el corazón de la dieta y en protagonista de numerosos rituales. Era parte de las ofrendas, de las festividades agrícolas y de la organización comunitaria en torno a las cosechas. En cada mazorca se encontraba un reflejo de abundancia, trabajo colectivo y agradecimiento a la tierra.
Hoy, más allá de su importancia histórica, el maíz permanece inseparable de la vida cotidiana. Tortillas, tamales, atoles y una infinita variedad de preparaciones lo mantienen presente en cada mesa mexicana, desde los antojitos callejeros hasta la alta cocina. Cada bocado es herencia viva, memoria que se renueva en cada generación.
El Día Nacional del Maíz, celebrado el 29 de septiembre, es una oportunidad para reconocerlo no solo como alimento, sino como patrimonio cultural y biológico que nos identifica frente al mundo. Cuidar sus variedades nativas y valorar sus tradiciones es también preservar un legado que habla de quiénes somos y hacia dónde queremos ir.
El maíz, en todas sus formas y colores, se mantiene como raíz, fuerza y futuro de México.