En la batalla diaria contra la migraña, hay un enemigo silencioso que muchas veces pasa desapercibido: la alimentación irregular. Estudios recientes sugieren que saltarse comidas o tener horarios desordenados de alimentación puede ser un detonante frecuente de los episodios de migraña.
Un amplio análisis publicado en 2025 que revisó 36 estudios concluye que la mayoría vincula el ayuno o la omisión de comidas, especialmente el desayuno, con un mayor riesgo de ataques de migraña.
El mecanismo detrás parece descansar en la caída de glucosa en el cerebro. Cuando el cuerpo permanece mucho tiempo sin alimentos la glucosa sanguínea baja y, como resultado, se desencadena una “hipoglucemia cerebral”. Eso altera la estabilidad neuronal y favorece la aparición de migrañas.
Además, la irregularidad en horarios de comida puede activar una cascada de respuestas hormonales de “estrés”: liberación de adrenalina y cortisol, irritación de vías nerviosas y alteración de la función del sistema nervioso. Todo esto aumenta la susceptibilidad a un ataque en personas predispuestas.
Finalmente, una alimentación desorganizada contribuye a desequilibrar no solo la glucosa sino también los ritmos normales del cuerpo —sueño, metabolismo, hidratación— factores que, combinados, potencian la sensibilidad frente a otros desencadenantes (como luz, estrés o cambios hormonales).

Aunque el desorden en los horarios es clave, ciertos alimentos pueden agravar la molestia cuando coinciden con una ingesta irregular:
- Chocolate, quesos maduros, carnes procesadas, embutidos (ricos en nitratos).
- Alimentos con aditivos como glutamato monosódico (MSG) o edulcorantes artificiales.
- Vino tinto y otras bebidas alcohólicas, en algunos casos reportadas por pacientes con migraña.
No significa que estos alimentos provoquen migraña en todas las personas. Pero combinarlos con comidas olvidadas, largos ayunos o desajustes alimenticios —en alguien sensible— aumenta considerablemente el riesgo.
- Establecer horarios regulares para comer: desayuno, comida y cena a horas similares cada día.
- Incluir comidas pequeñas y frecuentes si el horario o la rutina no permite grandes comidas.
- Evitar periodos largos de ayuno, especialmente en personas con historial de migraña.
- Llevar un “diario de migraña”: anotar comidas, horarios, sueño y síntomas ayuda a identificar patrones personales de desencadenantes.
- En lo posible, reducir el consumo de alimentos o aditivos vinculados con migraña como carnes muy procesadas, quesos maduros, excesos de azúcar, y bebidas alcohólicas.
La irregularidad en la alimentación altera profundamente el equilibrio del organismo. Ese desequilibrio dispara mecanismos de vulnerabilidad en el cerebro: hipoglucemia, estrés hormonal, alteraciones en la energía neuronal. Para quienes viven con migraña, comer a horas fijas y con calidad nutricional —evitando ayunos, olvidos de comida o excesos de ciertos alimentos— puede marcar la diferencia entre días tranquilos y ataques intensos.






