Durante años se creyó que las arrugas en los dedos tras permanecer mucho tiempo en el agua eran resultado de que la piel absorbía el líquido y se hinchaba. Sin embargo, la ciencia demostró que este fenómeno tiene una explicación mucho más compleja y fascinante.
Investigaciones recientes revelaron que el arrugamiento de los dedos es una reacción controlada por el sistema nervioso, no un simple efecto de la humedad. Cuando una persona pasa varios minutos sumergida, los nervios envían señales para que los vasos sanguíneos de las yemas se contraigan. Esta contracción reduce el volumen interno y provoca que la piel forme surcos y pliegues visibles.
Este proceso tiene una función evolutiva: mejorar el agarre en condiciones húmedas. En palabras simples, el cuerpo activa un “modo antideslizante” natural que permite sujetar con mayor firmeza objetos mojados o resbaladizos.

Estudios publicados en revistas científicas como Biology Letters demostraron que las personas con los dedos arrugados manipulan mejor los objetos bajo el agua que aquellas cuya piel permanece lisa. Además, se comprobó que cuando existe daño en los nervios —como en lesiones del nervio mediano o cubital— los dedos afectados no se arrugan, lo que confirma el papel activo del sistema nervioso simpático.
Las clásicas “manos de pasa” son, en realidad, una muestra de la inteligencia biológica del cuerpo humano, una respuesta precisa diseñada para adaptarse al entorno y mantenernos seguros incluso en los ambientes más resbaladizos.